Pasan las hojas del calendario, se van cumpliendo los plazos y se inician todos aquellos preceptos que nos llevaran hasta la Semana Santa. La máquina del tiempo cofrade que nos transportará hasta ese momento no ha hecho más que arrancar, aún verde están las cuadrillas, todavía no se remataron túnicas ni se sacaron los capirotes de los altillos.
Pero cuando tan sólo nos hayamos a la espera de lo que está por venir, otros llevan meses viviendo la Semana de Pasión, ellos se enfrentan a los folios en blanco con plumas llenas de visiones aún por plasmar. Algunos disfrutan con estos momentos dejándose llevar por el placer de escribir, otros por el contrario luchan contra la falta de inspiración o bien por su falta de cualidades para afrontar dicho reto.
Los Pregones han proliferado en los últimos años, pasando de unos pocos señaladísimos a un sin fin de estos en Hermandades, Tertulias, Barrios, "Capataces y Costaleros" etc.
Podríamos darle una doble lectura a este fenómeno que ha incrementado en número estas citas:
Por un lado han llevado al pregón a convertirse en un verdadero género literario, fundamentado por aquellos que con su prosa o poesía, unida a su forma de declamar nos han emocionado, haciéndonos revivir momentos y aflorando nuestros sentimientos. Una forma cualitativa de engrandecer un campo más de la diversidad patrimonial de nuestras corporaciones. Sin duda alguna la lectura positiva.
La otra visión menos afortunada, sin duda, es la posición en la que se encuentran muchos ante una responsabilidad de este rango, afrontándola sin evaluar antes sus posibilidades y su nivel para acercarse a un atril. A este nivel podríamos asignarles varias circunstancias:
Una que cada día aflora más, podríamos catalogarla como “si no hay otro…”, es decir, que pasamos de un acto de índole cultural a un acto de cumplimiento obligado. Otra razón que aparece cada vez más sería “Es que es lo último que le queda por hacer y se lo merece…”, una explicación que te hace pensar que aportación habrá hecho ese sujeto a otras disciplinas cofrades como para fundamentar la responsabilidad de tomar la palabra. Por último, no me gustaría dejar pasar otra clase de pregoneros únicos y propios de los tiempos que vivimos, una forma que la calificaré como “Pregonero con padrino”, siempre respaldado por uno o varios miembros (muchas veces familiares) dedicados a vender al nene/a como un superdotado de la palabra, un virtuoso de la retórica que marcará un antes y después del mundo de los pregones. Luego resulta que el ahijado/a no da pie con bola escribiendo, es gangoso, tartajoso y rematado por una dicción primitiva. Todo justificable por aquellos que lo han puesto ahí, pues supone un aporte propio y los pasos atrás sólo se ven en Triana.
Resumiendo la segunda lectura podemos decir que es cuantitativa y que se aleja de ser un verdadero referente para nuestros archivos, dando la espalda a una disciplina tan seria como la literaria.
Las visiones tanto positivas como negativas siempre estarán incompletas por ser esta una modalidad muy subjetiva, acostumbrada a muchos enfoques distintos.
No estaría mal mirar atrás y poner cimientos fuertes antes de lanzarse al peligroso ruedo que es un atril y una sala llena de gente dispuesta a oírte. Aunque como siempre sucede a muchos les puede el afán de un protagonismo inusitado.
Hallar la fusión entre la sentimiento religioso y el sentimiento popular es una apuesta al alcance de muy pocos. La Fe y lo cotidiano deben darse la mano para llegar a todos, desde los más cercanos al ambiente cofrade a los ajenos a dicho ámbito.
Os dejo un fragmento del pregón del 2006 de Ignacio Jiménez Sánchez-Dalp y un pequeño corte de quizás uno de los mejores pregones de la historia, el de 1956 de Antonio Rodríguez Buzón.
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