lunes, 22 de febrero de 2010

Un cielo azul Carretería... By Antonio Burgos.



Si quieren dibujar esta tristeza, pongan un cielo azul Carretería al caoba del Gólgota en Varflora. Si quieren dibujar Sevilla antigua, pongan cardos y garras de unos zancos. Que sean cuatro pájaros de presa, cetreros de un Calvario entre cornetas, con tambores que rufen primaveras «con la pena cabal de la alegría».
Si quieren detener un tiempo viejo con las flores de lises de San Telmo, miriñaques y encajes de la infanta, y levitas de médicos muy sabios con barbas de krausistas descreídos, y pintores de Corte fandangueros que retratan de majo al Sursum Corda, y vapores que van para La Habana, aprovechen el barco que ahora sale, galeón de caoba de los sueños.
Tiene por Capitán a un Cristo muerto. La amura del costado te deslumbra con esa Luz de Tres Necesidades, escala, mármol, sábanas de Holanda, que una Virgen del barrio va pidiendo y que el sol de la tarde ya le entrega. Sol que llega de un muelle con sirenas de vapores que bajan a Sanlúcar, de goletas que van a Nueva España, de naranjas que son para Inglaterra: las lleva un bergantín donde enarbola la bandera de un seise la Giralda.
En este viejo barrio tonelero donde tiene su Acera la Marina y el Áncora una calle que fondea arenales de Pali y Baratillo, el Cristo capitán del Viernes Santo, de ese barco que al golpe de un martillo levanta una emoción de muchos nudos, de tantos como tiene la maroma de oro viejo que ciñe sus amuras...
El Cristo capitán que manda el barco, ese sueño que encuentras cada Viernes, con su tripulación de Nicodemus, consignatario un tal Arimatea, el práctico del muelle en negro terno lo saca del tinglado sin rozarlo...
El Cristo capitán, venía diciendo, esta tarde en Sevilla desembarca. Y navega otros mares, conocidos. Sus pies clavados echa a nuestra tierra, al albero solemne de los toros, al serrín de fandango en las tabernas, al mármol de columnas de las Gradas, al adoquín que suena con los cascos de las mulas de un carro de Aramburu, al mantillo de rosas que florecen en el jardín cerrado de Mañara.
Cristo en la tierra está, Crucificado. Ha bajado del barco carretero y recorre estas calles marineras: Techada, Antonia Díaz, Adriano, Almirantazgo, Arfe, Dos de Mayo. Y la que lleva el nombre de Pavía, que recuerda al perol de Isabelita y al papelón de estraza donde Juana, de la estirpe más noble del Postigo, escribe pergaminos de grandeza del Arenal, más grande que de España.
Por la puerta que el barrio le abrió a América ya pasa el Capitán, llevado a hombros. Así sacan aquí a los toreros. Tres orejas cortó con su faena, allá en Jerusalén, que es buena plaza, pues cuajó el negro toro de salvarnos.
Son de hombres, de hombros, estas olas que el Cristo carretero va rompiendo. Aunque sin galeón en esta tarde, sin caoba ni nudos de maroma, el Arenal lo embarca ahora en su gloria. Conoce cada hombro que lo lleva. Se sabe tu apellido y tu memoria, el tramo donde siempre arde tu cirio, tu arpillera cargando en la segunda, de costero, en la amura de su barco.
Los cierros y balcones los conoce el Cristo que navega hoy con su gente. Sus lágrimas ha visto tantas veces... El padrenuestro ha oído tantos Viernes... Esta oración que ahora le dirigen le suena tan de siempre, tonelera... La noche cuaresmal no lleva lirios, ni tambores, ni suena una saeta. Lunes por el Postigo. Como entonces. Cristo de la Salud, mi Carretero, permíteme que rece tu plegaria en este Vía Crucis que es la vida: «Salud, Señor, Salud, mi voz ansía, /prométeme que al fin de lo vivido /me espera un cielo azul Carretería».