
El año se hace largo, el sueño de la Semana Santa es tan efímero como vibrante, tan suave como intenso, tan dulce como un caramelo que se derrite en tú boca en muy poco tiempo…
Los forasteros vemos la Giralda de lejos, como faro que guía, lugar donde giran nuestras pasiones, nuestras noches de ensayos costaleros, nuestra tierra prometida, esa que nos abrió la puerta de los sueños. Sevilla nos dio el amor sin pedir nada a cambio, como son los amores verdaderos; únicos, geniales y llenos de lealtad.
La vida te da una tierra donde nacer y otra que te atrapa y te hace participe de todo lo que allí sucede. Con naturalidad la ciudad te abre los brazos como un hijo más, ese hijo que pese a venir de fuera sabe a pies juntillas sus ritos, sus tradiciones y la forma de vivirlas.
La Semana Santa de Sevilla es tan grande y a la vez tan anónima que nadie puede sentirse extraño, la ciudad te engulle en un sentimiento que flota por sus calles durante todo el año y que en esa Semana nos arranca una hoja de almanaque, un recuerdo, un todo que sigue intacto a lo largo del año en esa parte del corazón donde se guardan los mejores tesoros.
Aunque la añoranza, la nostalgia y la melancolía envuelvan nuestro espíritu por la lejanía de la llegada de nuestro amor, no hay porque preocuparse, la realidad devolverá todo aquello que anhelamos.
Antonio Cattoni nos lo recuerda como siempre de una forma deliciosa, desgranando en cada palabra nuestros pensamientos que difícilmente podremos expresarlos con nuestro discurso de una manera tan precisa y detallada, de ahí, que muchas veces no nos entiendan (tendrían que vivir dentro de nosotros para hacerse una idea). Tanta sustancia y tanto contenido en unas pocas palabras, que hacen que en mitad del verano se nos agolpen tantos momentos vividos. El arte de escribir con tinta del alma, esa que no se guarda nada y que alcanza a aquellos que buscan la profundidad y la pureza.
Dedicado a todos aquellos forasteros que viven y palpitan con Sevilla y sus Cofradías.