viernes, 29 de febrero de 2008
¡Vivan las farolas del tranvía!: By Antonio Burgos.
«Quien te puso Catenarias/qué poco te conocía,/tenía que haberte puesto/las farolas del tranvía./Tengo el centro acolapsao/por culpa del Metrotrén,/y el dinero que han tirao/nadie lo va a devolver...»
A las catenarias les pasa como a la historia de la pérgola. En los años 50 del pasado siglo entró entre los señoritos de Sevilla la moda de hacerse una pérgola en el jardín. A uno que tenía una casa muy buena, la mujer lo traía frito, para que hicieran una pérgola. Hasta que se plantó y dijo:
-Te pongas como te pongas, la pérgola aquí no se hace, porque de las pérgolas no me gusta ni el nombre.
A mí con las catenarias me pasa igual: de las catenarias no me gusta ni el nombre. Ahí radicó el primer error municipal: en el pinrel que metieron con los nombres, por ir de modernos y de inventores de Sevilla. Si en lugar del cuento del envergue del tirititrán de Metrotrén y catenarias hubieran dicho, como toda la vida de Dios, el tranvía, los postes del tranvía y los cables del tranvía, pues en vez de entrar en el rechazo de la estética hubieran entrado de momento en la vereíta de la tradición que no cría hierba. El tranvía no sólo hubiera circulado por la Avenida, sino por la memoria de la ciudad de los viejos tranvías, donde los niños se renguinchaban en el tope y en la bulla de la plataforma los devotos miembros de la cofradía de los rabinos se dedicaba a los satirones fines que establecen sus reglas. No sólo el tranvía era un cuerpo extraño, cuyo trasplante ha producido rechazo: es que las feísimas palabras empleadas no tenían nada que ver con Sevilla. ¡Si las catenarias tienen feo hasta el nombre!
Por las farolas fernandinas tenían que haber empezado. Bueno, ni fernandinas ni leches: farolas. Que lo de «fernandina» es para tocar madera, porque no es por San Fernando, sino por Fernando VII, el que abolió las libertades de la Constitución de Cádiz, el que le hizo decir a la conformista y cobardona Sevilla el «vivan las caenas» como ahora dice «viva Chaves» o «vivan las facturas falsas».
Tenían que haber empezado preguntando a los mayores (por ejemplo, al senado de alumnos del Curso de Temas Sevillanos de Antonio Bustos) cómo se sostenían antiguamente los cables del tranvía. Y les habrían dicho que en la Avenida, y en la calle San Fernando, y en la Ronda, había unas farolas de dos brazos, con pantallas de luz a cada lado, que servían para sostener los cables del tranvía. Los capillitas incluso les habrían contado lo de «¡A los cables con ella!» que decían los capataces en las levantás, para animar a las cuadrillas ringás de regreso al templo. Grito que le hizo corregir a Ricardo el Balilla lo histórico de: «A los cables, no, ¡al Cielo con Ella!», cuando, quizá jumeando el taco en la trasera que daba jabón, lo llamó El Gordo Penitente como patero de la Virgen de los Gitanos, en una levantá delante de los antiguos Juzgados.
Con las farolas (que prefiero llamar isabelinas más que fernandinas, por liberal y romántico) el Ayuntamiento ha cometido el acierto de aceptar, ¡por fin!, que en Sevilla hay que hacer las cosas como se han hecho siempre, dejarse de inventos y de creer que Sevilla no estaba bien hecha hasta que llegaron ellos a estropearla. Y que contra el pecado de la soberbia de la modernidad, está la humildad de hacer las cosas como se han hecho toda la vida de Dios. Bueno, y si puestas las farolas y los cables del tranvía, el tranvía como tal deja de ser un vagón del Ave, lo pintan de amarillo y vuelve a ser también el tranvía de toda la vida, ni te cuento lo contentos que se van a poner los devotos miembros de la cofradía de los rabinos para poder cumplir en la bulla de la plataforma con el satirón mandato de sus reglas... ¡Mueran las catenarias, que suena al «vivan las caenas», y vivan las farolas del tranvía de toda la vida!
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