Si hace unos días se nos concretaba el destino de Fray Carlos Amigo Vallejo, ahora nos llega otra gran pérdida, el fallecimiento de José Álvarez Allende, párroco de San Bernardo. Un gran revés para la Iglesia de Sevilla por lo que representaba Don José para su parroquia, la hermandad y el barrio de San Bernardo.
Si bien su procedencia era de tierras castellanas su corazón era totalmente del barrio de los toreros, luchando en lo social por sus vecinos y su bienestar, haciendo de la Iglesia un todo donde giraba la vida de los más cercanos. Tuvo la virtud de unir las tres partes: Parroquia, Hermandad y Barrio, tres factores, tres mundos a veces distantes y que el párroco consiguió mezclar, haciendo una misma baraja con un fin común.
La Iglesia nos deja pastores involucrados en su trabajo, unidos al compromiso que marcan las exigencias de ser guía de los cristianos que tantas veces nos ofuscamos en disputas sin sentido y que no nos conducen a nada. La responsabilidad de llevar las directrices espirituales de grupos de tan distinta procedencia hace que haya que aprender a remar para todos, doblando esfuerzos y no contentando a nadie sino aportando y con la verdad por delante, esa que hace a los curas únicos e irrepetibles entre los suyos.
La Iglesia ha crecido entorno a una sociedad llena de intereses y valores de dudosa moral, factores estos que muchas veces han salpicado a la institución. Muchos curas se han convertido en funcionarios de un estamento con la única meta de ir completando destinos, sin más ambiciones que ir apagando fuegos sin involucrarse. La determinación, la palabra, la actuación integra en sus ministerio como sacerdote son agentes fundamentales a la hora de llegar al pueblo cristiano y que algunos olvidan fácilmente.
El mundo gira sin remedio a generaciones sin modelo ni principios, donde la formación cristiana se diluye por otros intereses más materiales, no llegando a cuajar la conciencia de un individuo y conduciendo solamente al avance sin escrúpulos de una vida ruin marcada por objetivos.
La perdida de Don José y el legado que deja debe ser un acicate para todos aquellos que dirigen la Iglesia, marcando, orientando y llevándonos a Dios mediante la palabra y los hechos.
Así deberían ser todos los curas, gente sencilla y de pueblo que se les entiende todo y no tengan dobleces ni medias tintas. Esos curas que entregan sus vidas y que están a pie de obra y no a pie de protocolo buscando el momento aunque para ello se dejen mil cosas atrás.
La labor social de la Iglesia la marca las circunstancias de los lugares y de las épocas que les toca vivir a lo largo de todo el Mundo, no es lo mismo una actuación de un misionero en África que de un sacerdote ocupado en temas burocráticos, aunque sí debe ser el mismo grado de responsabilidad por aquello que representan. La labor social no siempre debe fundamentarse en la ayuda económica, los corazones de los cristianos necesitan el calor de quien los dirige y eso sólo se alcanza con la cercanía y sin destacarse como fríos directivos de una empresa, marcando las distancias y haciendo ver su autoridad pero no desempeñando todo aquello que esa posición exige.
El cielo abrió ayer las puertas a un hombre cristiano que hizo ver a Dios en todo momento a un barrio entero, sin más ayuda que su alma cristiana repleta de voluntad y de buenas acciones. Ahora cruzas tú Puente de San Bernardo, sin la ayuda de los nazarenos cirineos que nos hacían ver cada Miércoles Santo que sabias donde tenias que estar en cada momento, ahora se abren las puertas de la Gloria pero tu sello se mantendrá por siempre en San Bernardo. Descanse en Paz Don José Álvarez Allende.
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